viernes

Nemesio

Primero paré un taxi, pero siguió de largo. Atrás estaba Nemesio en su taxi amarillo, aunque 
con algo de gris porque estaba un poco sucio. El azar quiso que fuese él el que me hiciera el 
paseo y no por ejemplo ese otro que parecía simpático pero no se si habría hecho el esfuerzo extra como Nemesio, cordial y amable hasta lo ridículo.
Le pedí que me llevase a ver el canal y me dijo que el viaje salía 10 dólares. Partimos. 
Después le pregunté  que otros lugares podría conocer y ahí me ofreció otro tipo de paseo,  donde el tiempo le iba a permitir contarme cosas de su país, y más tarde cuando  ya estuviéramos tomándonos unas cervezas hablar de Messi, del  descenso de River  y hasta del tano Pasman, de política también, pero quién no habla de política en Latinoamérica. Me pasó sus tarifas: 40 dólares por 3 horas de paseo con la opción de seguir otra hora que sean 50 dólares. Le dije que en ese momento no sabía cuanto tiempo iba a querer  andar y que mas adelante iba a decidir.
Primero el Canal de Panamá, en el cuarto piso del mirador, bajo un sol tremendo. 
Un gran barco cargaba  miles de autos que iban del Atlántico al Pacífico, 
desde algún lugar de la costa Este de los EE.UU. hacia Japón. Nemesio me ubicó en primera fila antes de que el lugar se llenase y también antes de que el relator  comenzara a hablar del canal y a contar sus proezas, con números infinitos 
(250,000 dólares paga cada barco al pasar, tardan 8 horas en recorrer el canal, 
son cientos de miles los litros de agua que se mueven al  abrir las compuertas) 
me sacó varias fotos con los buques de fondo a la derecha y a la izquierda, 
con el que  cargaba autos y con el tanque petrolero también. 
Después fuimos a la planta baja y me presentó al relator, a quien conocía de hacía años 
y a modo de bienvenida el relator me recitó unos versos del himno argentino.
De ahí partimos al mirador Ancón que está en un cerro rodeado de selva. 
Desde ese punto se ve la bahía con sus rascacielos inmensos y el barrio peligroso de Panamá, el Chorrillo, por donde luego íbamos a pasar  camino
al Casco Viejo. Antes de bajar del cerro me presentó a otro amigo suyo que vendía 
artesanías de la  etnia kuna y yo le compré una mola que es un
tejido bordado que usan las mujeres como vestido pero que yo colgué como tapiz. El que elegí tiene mucho color naranja y también negro. El naranja es por el fuego y el  negro es por la mujer que es la noche y el amor, me dijo el señor. 
Las mujeres son las que cosen los tapices y los hombres son los que cazan, y pescan 
aunque este tenía pinta de comer muchos Big Macs. Le dije que ganaba mi sueldo en pesos, 
Nemesio asintió como diciendo, no se da cuenta que la mujer habla en argentino y el kuna 
me hizo un descuento.
Llegamos a la Calzada del Amador, donde están los yates lujosos. Nemesio quiso demostrarme otra vez sus habilidades para la fotografía, entonces en una foto estoy sosteniendo un yate con la mano, cómo si fuese una bandeja. El lugar es como un paseo en Puerto Madero, pero mucho más amplio y frente al mar. La semana  anterior le había tocado traer en un viaje a un australiano que se volvía a Australia 
en su velerito, sólo con su alma el señor. Nemesio lo ayudó a cargar las provisiones 
para el viaje, y el australiano lo invitó a pasear un  rato en el yate antes de partir. 
Me dijo que nunca antes había subido a un barco con tanto lujo.
Después llegamos al Casco Viejo que está siendo restaurado, los edificios tienen que mantener las fachadas originales y a la gente que todavía sigue viviendo allí hay que trasladarla, aunque algunos se resisten. Acá me bajé del coche y empecé a caminar sin rumbo y a sacar fotos sin parar. 
A Nemesio esta vez no lo dejé tocar la cámara y me reprochó que me haya sacado 
muchos retratos sola, extendiendo el brazo, con mi cara en primer plano y 
uno de los tantos hermosos edificios de fondo. 
No sabía cuánto tiempo habíamos estado andando si 4 o 5 horas, o sea cuanto le debía. Creo que mis mejores fotos las saqué aquí.
Tenía mucha sed y un poco de hambre y sugerí que paremos un rato para comer algo, pero me dijo que el  barrio era para turistas y un poco caro.
- Yo la llevo a un lugar barato donde va a poder tomar la verdadera cerveza panameña.
El barcito quedaba al lado de mi hotel. Cuando entramos el lugar estaba en penumbras 
y por un instante  pensé que tal vez no había tenido tanta suerte encontrando a Nemesio. Pero estaba equivocada, enseguida  me contó de su esposa 
y de sus hijos y pidió cerveza y un plato de ceviche combinado para mi, que comí  
casi a oscuras viendo solo el contorno de los bichos muertos que me metía en la boca. 
Cuando quise pagar  me dijo que de ninguna manera lo iba a permitir.
Al salir me dijo, si quiere vamos al casino, queda justo acá enfrente, yo vengo seguido.
En la primera máquina tragamonedas no tuvimos suerte, pero en la segunda, 
que era su preferida, él puso 5  dólares y se fue a buscar unos tragos. Me dejó jugando y cuando volvió yo ya estaba por los 50 dólares de ganancia.
Mientras yo apretaba el botón que iba apostando lentamente de a 25 centavos, 
me explicaba que si sale el  dibujo del caballo con el numero 2 al lado, se duplica la ganancia y fue así como llegamos rápido a los 100  dólares.
A esta altura de la noche había tomado demasiadas cervezas y necesitaba comer algo. Entonces Nemesio me invitó a comer una arepa en un puesto callejero. La señora colombiana que lo atendía la envolvió para que  me la 
llevase al hotel y tampoco pude pagarla, Nemesio no me dejó.
 - Cómo es que va a pagar, si me hizo ganar más de 100 dólares en el casino.
Nemesio sugirió que la coma ahí mismo y así poder volver al casino a seguir jugando, 
pero yo le dije que  había sido un hermoso día de paseos pero que estaba cansada y necesitaba dormir un poco antes de tomar mi vuelo al otro día.
Entonces nos despedimos, yo para el hotel y él a seguir jugando.

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