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miércoles

Veo este orden

Veo este orden, la pulcritud de las sábanas, los libros en los estantes con sus palabras apoyadas en renglones. El piso en damero cuadriculado y los muebles que hacen coincidir los extremos con el diseño del piso en donde se apoyan. Las patas de las sillas perfectas debajo de la mesa, el vajillero prolijo, las tazas apiladas, los platos vacíos. Los muebles intactos, las paredes blancas, limpias. Los cuadros colgados inertes, estáticos, con sus láminas encerradas entre cuatro lados. El polvo quieto, el aire en silencio, el piso brillante. La casa fija encerrada en su espacio. La cocina delimita el living, el living el dormitorio, el dormitorio el baño. Las paredes cuadradas delimitadas por lo externo. Yo se que debajo de esta calma, de este fuego sumiso, de esta superficie intacta, yo se que abajo de todo esto está la verdad. Que esta blanca mentira de perfección falsa es solamente una tapa, lo que engaña al ojo, que se deslumbra por lo terso, que debajo de toda esta calma, de su aspecto controlado, está todo lo podrido, los olores y los miedos, la grasa y la sangre.

martes

En la terraza

Estoy sentada bajo el sol tibio, en la terraza de la casa que ahora habito, que hasta hace unas horas estaba alfombrada de hojas otoñales. Yo quise barrerlas pero me dijeron dejá ya termino y la verdad quien puede imaginarse que nunca barrí hojas de una terraza y que tenía ganas de hacerlo y de juntarlas en una bolsa y de recorrer con la escoba toda la superficie de sus baldosas rojas que alguna vez sentiré mías, pero que todavía necesito transitar como un ciego un espacio nuevo, cada centímetro cuadrado, cada rincón en el piso, cada detalle de sus puertas, cada moldura de sus vidrios. Estoy afuera y también adentro, aquí en esta terraza con el viento que me rodea y me hace tiritar de frío, en este barrio que no sabía que existía hasta que supe que existe, en una parte de la ciudad a la que nunca habría venido. Yo que siempre fui una chica de departamento, y que conocí la ciudad desde las alturas, y que mis amigos también tenían direcciones con piso y número y que de repente tengo una puerta de calle que da directo a la vereda, que a través de su vidrio veo pasar los autos y a la gente caminando y paseando a sus perros y que cuando la abro temprano a la mañana para ir a trabajar miro las baldosas, el cordón y más allá el asfalto y veo los charcos que dejó la lluvia y la basura y las hojas revueltas y que no hay ascensor, no hay vecinos, el techo da al cielo y arriba está la terraza que se llena de sol y de caca de gato y desde ahí arriba miro directo para las nubes y toco las hojas de los árboles que llegan cerca de mi mano, a una casa en la que durante mucho tiempo funcionó una fábrica y en donde mucho tiempo antes vivía la abuela Genovefa, la que le hace a ella enrojecer los ojos con lágrimas de solo nombrarla, la que vino de Italia, de la parte del norte y que nunca aprendió muy bien el castellano pero que sí aprendió a coser y a laburar con la fuerza de sus brazos. La que tuvo una historia donde no hubo hombres o donde fueron echados por vagos, la abuela de una nieta que es ahora la mujer que yo amo, que vive en esta casa que yo comparto, donde hay niños que van a la escuela y yo pienso en mi departamento que ahora está en silencio, vacío, puedo verme ahí adentro en el pasado, mi cuerpo intacto, separado del mundo, en un espacio aislado, mis libros quietos, la canilla goteando, yo comiendo una papa y un huevo, o una mandarina de pie frente a la pileta de la cocina, sin el eco de pasos ajenos, un departamento en el aire y ahora yo aquí en una casa sin ascensor ni portero, donde llegué con un pase de magia verdadero, donde bajo el parquet del dormitorio no hay vecinos sino raíces, el piso no es a la vez un techo, el piso toca la tierra misma.