martes

Amor verdadero

Hubo una época en que no tenía televisión. Lo hacía de moderna, porque la televisión es una mierda como dicen todos, pero por algún motivo me había enganchado con una telenovela, de la cual en el trabajo todos hablaban en los almuerzos y yo me iba enterando de a poco las idas y venidas de los distintos personajes y mas que nada de los amantes de la ficción.
A medida que pasaban los capítulos empecé a sentir la necesidad de enterarme que pasaba en la novela en el momento en que la daban, como hace todo el mundo, que quiere conocer las novedades al mismo tiempo, reír y llorar al mismo tiempo que los protagonistas y en un coro al unísono pero invisible, suspirar con los besos.
En esa época vivía con un novio que tuve, en un departamento medio berreta que le alquilaba a una amiga (con la que después me peleé) que quedaba por Corrientes y Gurruchaga.
Las paredes parecían hechas de cartón, se escuchaba todo lo de alrededor. A la nochecita empecé con la costumbre de pegar la oreja a la pared a la hora en que daban la novela, para poder escucharla del departamento de mis vecinos de al lado y así me empecé a poner al tanto de lo que iba pasando: la muchacha joven había ganado un millón de dólares en la lotería y engañada por el galán maduro, planeaba dejar a su verdadero amor.

Cada noche pegaba la oreja a la pared, mientras mi novio pensaba que estaba loca. Ya me conocía los tiempos de mis vecinos, aunque todavía no me daba cuenta del todo cuantos ni quienes eran.
De a poco empecé a prestar atención a los ruidos de la casa, a los cubiertos, al murmullo, a alguna conversación entre ellos, aunque no se escuchaban sus palabras realmente, solamente las voces, que me parecían siempre tensas. La tele debía estar junto a la pared en donde yo pegaba la oreja y no me dejaba escuchar bien el resto: imaginaba una madre, un marido y un hijo varón, había mas voces de hombres.
Lo que no pescaba así, me lo iba enterando en mi trabajo. La muchacha joven se dio cuenta a tiempo del engaño del galán maduro y resignando el dinero ganado justamente en la lotería, volvía a su verdadero amor.
Una noche la novela no se escuchaba tan fuerte desde lo de mis vecinos, parecía que el volumen estaba bajo o tal vez era yo que prestaba más atención a los otros ruidos.  Entonces creí escuchar como afilaban un cuchillo, sentí clarito el sonido de una lija corriendo sobre un filo, ese sonido típico del afilador de barrio, que al hacer correr el filo hace saltar chispas. No escuchaba voces, pero si un ruido camuflado, una voz apagada que casi no articulaba palabras.
Intenté concentrarme en la novela, me estaba perdiendo un capítulo y en el trabajo ya había bandos que querían que la muchacha joven vuelva con el galán maduro y el dinero y que dejase al verdadero amor y todos pensaban que la trama era una idiotez.
Yo no mencionaba que no tenía televisión y que cada noche mi novio me rogaba que comprásemos una, aunque fuese de 14 pulgadas y que dejase de comportarme como una loca.
Tal vez tenía razón pero a esa altura yo quería saber quienes vivían al lado. Rara vez veía entrar o salir a alguien de ese departamento, aunque una vez si corrí por la escalera, cuando vi que el ascensor paraba en mi piso (el primero) y me pareció escuchar que los pasos iban a la derecha.
Ya había movido una silla de la mesa y la había puesto pegada a la pared, para poder sentarme cómoda allí. A veces tenía que moverme y arrastraba la cara por la pared fría, para llegar a un mejor lugar. Mi novio me jodía y me acercaba un vaso, decía que era mejor si lo apoyaba para que hiciera de resonancia o me hablaba de Beethoven y de las cosas que había usado para paliar su sordera.
Yo estaba con la oreja pegada atenta a todos los ruidos y de nuevo me pareció sentir el cuchillo que se afilaba, y un llanto suave pero constante, como de un niño. Mientras se juntaba con las voces del galán maduro discutiendo con el amor verdadero.
Desde hacía unas noches no escuchaba las conversaciones ni los cubiertos, solamente los ruidos que se mezclaban, de metales chocando, de pasos sobre vidrios rotos. Ahora la muchacha joven intervenía en la pelea y comenzaba a defender a su amor verdadero pero dudaba porque el galán maduro era un seductor añejo y ella caía convencida de que debía volver con él.
Después me pareció sentir ruido de líquido cayendo, como cuando se vierte sobre un recipiente grande, como un balde y creí oler a alcohol. Tenía la nariz pegada a la pared queriendo atravesarla, mi novio justo salía del baño y bajé la cabeza a tiempo para que no me viese.
Sentí pasos que se acercaban hacia mi y después el volumen de la televisión subió mucho. La muchacha se estaba besando con su amor verdadero, escuchaba el sonido gelatinoso de los besos y el roce de la ropa en los abrazos.
En ese silencio ficticio creí escuchar un grito, y después otro y otro y la palabra sacrificio, y después un tiro y a la muchacha joven llorando y al galán maduro con maldad y desprecio riendo.