sábado

Rosana y Tito

Cuando yo llegaba a la casa donde Rosana daba las clases de guitarra por lo general Tito ya estaba allí. Recién peinado y bañado, en silencio esperando su turno para tocar. El era más grande que yo, había terminado el secundario y creo que hasta tenía un trabajo en una banda y tocaba en fiestas los fines de semana. Yo todavía seguía yendo por las tardes al conservatorio, después de la escuela.
La casa donde se daba las clases era de esas antiguas, que vienen de a dos: una puerta es para la casa de abajo y la otra es para la del primer piso. Después que Rosana bajaba a abrirme subíamos una larga escalera que daba a un salón que tenía un ventanal y donde siempre había flores frescas.


El lugar estaba a poquitas cuadras de mi casa. Un vecino tenía un hijo que iba de Rosana y les había comentado a mis papás, justo cuando ellos decidieron que tenía que estudiar música. Muchas veces yo quería faltar por no haber estudiado esa semana la lección. Entonces la llamaba a Rosana (me sabía su número de teléfono de memoria) e inventaba una excusa para no ir. Pero ella no se la creía y me hacía ir, aunque esa semana hubiese practicado poco. Mi día perfecto era el que incluía un poco de práctica. No por el placer de la música, sino por cumplir con las reglas que regían a la música: deberás practicar por lo menos de una a dos horas cada día.
Tito tocaba muy bien. A veces cuando terminaba mi lección, en lugar de partir rápido pedía de quedarme para escucharlo. A mi me parecía que entre Rosana y él había algo, miradas mas intensas, que Rosana se esmeraba más con él, tal vez porque era más grande. Aunque ella me alentaba y quería que terminase la carrera en el conservatorio, que yo sin saberlo, odiaba. Especialmente a esa otra profesora que nada que ver con Rosana,  no me alentaba y me marcaba las partituras con una letra gorda y fea mientras me decía que lo que había tocado era lento o rápido o a destiempo. Y nunca supe tocar ni una canción de Sui Generis y en los fogones las guitarras no paraban en mis manos, porque yo no salía de Bach ni de Giuliani. Pero Tito tocaba de todo, tango, chacarera, música celta y jazz y se notaba que lo disfrutaba. Era muy caballero y nunca se mandaba la parte, parecía más bien tímido. Rosana le daba indicaciones y a veces los escuchaba como discutían sobre la interpretación de alguna pieza. Se notaba que se conocían desde hacía mucho. Yo miraba todo callada, a veces un poco incómoda de estar robando ese tiempo que no era el mío.
Un día al partir los dos, Tito se me puso a hablar en la puerta de la casa. Y aunque yo ya quería volver a la mía, él un poco no me dejaba. Empezó hablando de los estudios de Leo Brouwer, que le encantaban. Me dijo que me escuchó atento cuando los había tocado esa mañana, especialmente el número 4. Empezó a decirme cosas de que tal vez podíamos hacer un dúo y tocar algo de Piazzolla juntos. Después de un rato se animó y me invitó al bar de la esquina a tomar una Coca y yo acepté. Apenas nos sentamos le dije que clases del conservatorio junto con la escuela ocupaban la mayor parte de mi tiempo y no tenía tanto margen para hacer algo extra como los dúos de Piazzolla, pero Tito insistió. Y así cada vez que me lo encontraba en lo de Rosana.
Justo en esa época tenía los exámenes anuales en el conservatorio. Uno era con la profesora que daba Teoría y Solfeo, era una señora mayor, de ojos azules brillantes, dentro de una cara surcada por arrugas finitas, esas que le salen a los que son bien blancos. Tito me acompañó. Yo estaba un poco entregada y pensaba que no me iba a ir bien, no tenía la confianza o la energía que se necesitan para pasarlo. Justo antes de empezar, Tito me miró con fiereza, sus ojos me mostraron la determinación que había adentro suyo, fue un instante muy fuerte y eso me ayudó a concentrarme lo más que podía, un poco por miedo a fallarle. Después de terminar, la profesora, con su acento europeo, marcando bien las erres y sin saltearse ninguna ese, me dijo que me merecía un seis pero que me iba a poner un siete. Después de rendir, algunos alumnos nos metimos en la parte de atrás del conservatorio que estaba clausurado por viejo y peligroso. Dentro del grupo vinieron un par de chicas cantantes, una mezzo y otra soprano. En esos pasillos vacíos, tapados de telarañas las chicas se pusieron a cantar. La música retumbaba adentro de nosotros hasta hacernos estremecer. Yo lo miraba a Tito, que ensimismado escuchaba.
Rosana se puso muy contenta de que había aprobado, pero sin saber bien por que, no le dije que había ido con Tito. Por fin una tarde, le pedimos si nos podíamos quedar un rato en su casa para tocar juntos lo que cada uno había practicado del dúo. Después de un rato de escucharnos y darnos indicaciones Rosana prefirió irse para dejarnos practicar solos.
Tito se acercó para acomodar la partitura y me quiso dar un beso, pero yo me eché para atrás entre asustada y sorprendida. Después me quiso dar la mano y me dejé agarrar y de a poco me fui aflojando. Me miraba sin decir una palabra. Se quedó quieto y mudo cuando vio que Rosana estaba detrás de una persiana espiándonos.


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