lunes

Crónica de una uña

Las vacaciones me invitan a la decadencia, a dejar el cuerpo un poco más libre con menos de las ataduras y la rigidez urbana. Me gusta en esos momentos usar ropa vieja, suelta, un poco sucia. Los pelos algo más canosos sin tinturas y las uñas sin cortar.
Mis amigos Allan y Charlotte me invitaron a pasar el día en fortaleza Santa Teresa, un fuerte portugués ahora museo, cerca de la frontera uruguaya con Brasil. El viaje de varias horas lo hacemos por una ruta recta y plana en una mañana soleada y casi vacía. Allan maneja rápido y con audacia, a pesar de ser canadiense o sea prudente y temeroso de las reglas. Dice que él controla al auto, que el auto nunca lo controla a él. Manejó por todas las rutas de Uruguay desconociendo la cultura, y llegando a todas partes con la arrogancia que ganó en sus años de duro trabajo como soldador. Charlotte es una mujer delicada, que gusta del arte y que cuando toma de más empieza a lloriquear y a ser amable hasta la ridiculez. Después de un rato de viaje y charla cordial, veo como Charlotte dormita.
Nos rodea un paisaje arenoso y vacío. Al cerrar los ojos me doy cuenta que no se nada de vos desde hace un año, dónde vivís, con quién estas. Dejar de escuchar tu voz y de sentirte cerca hizo que las grietas por donde entró el amor se sequen. Por cobardía no me animo a volver a abrirlas
Mientras tanto no paro de hurgar con mis uñas largas que me invitan a arrancar cosas, a juguetear con los desniveles. El auto tiene el tapizado de la puerta roto y empiezo por ahí. Pero no puedo romperle el auto de alquiler a Allan y entonces arremeto contra la uña de mi anular izquierdo. Tengo que acabar el trabajo con los dientes, para no arrancarme la piel del dedo. 
Después termino escupiendo la uña en la alfombrita del auto y es así como una parte de mi cuerpo sigue andando por rutas uruguayas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que bueno!