La noche del sábado se fue acercando
con incertidumbre pero con ganas. Pensaste mucho que ropa ponerte,
estabas entre una minifalda de jean o unos pantalones vintage con
tachas. Fuiste por la minifalda y la combinaste con calzas y botas
negras. Arriba mucho escote, para mostrar lo que tenías y que tantas
puertas te había abierto. El pelo revuelto y rimmel oscuro marcando
bien tus ojos negros.
Tus amigos Peter y Pablo ya te habían
dicho varias veces de ir con ellos a ese boliche por el centro. En
largas charlas te pedían que te decidieras y dejaras de dar tantas
vueltas, que tenías que explorar otros lugares. Pero vos te negabas,
decías que no podías salir, que todavía estabas enganchada con ese
ex novio que te seguía cagando, con el que habías cortado varias
veces.
Llegaron los tres temprano y enseguida
ellos vieron a sus amigos y te dejaron sola con tu traguito en la
mano, que te tomabas rápido para no mostrar tus nervios. Mirabas el
ambiente y te pareció que había más chicas que chicos. Te colgaste
viendo las luces del boliche y bailando un tema ochentoso. Así es
como te encontró y en seguida se te puso a bailar bien cerca. Tenía
el pelo platinado cortado desprolijo y un piercing en la ceja
izquierda. Los labios gruesos pintados de rojo. Pensaste treinta y
cinco años. Vos te movías sin que te importase quien te estuviera
mirando.
Viste que se liberó un sillón y le
dijiste de sentarse. Siguieron hablando mucho rato, a veces se
acercaba de más cuando pasaba gente y se tenía que correr y
entonces te conmovía verle la cara de tan cerca. Pasó más de una
hora y vos ya querías pedirle que te diera un beso. Lo dabas vuelta
en la cabeza y no te atrevías, el alcohol en lugar de levantarte te
había aplastado y el tiempo parecía que corría más lento.
La mirabas atenta, escuchándola fijo.
Con un grupo de compañeros de su militancia pictórica iban los
jueves a una villa por Florencio Varela y les enseñaban a los chicos
a pintar. Le contaste que tu primer amor de adolescente fue un chico
militante de izquierda que estudiaba sociología en la UBA, que te
encantaba su barba rubia raída y su pelo enmarañado y que a veces
lo acompañabas en marchas, pero que después la vida te llevó por
otros caminos lejos de la militancia.
Te preguntó si habías salido alguna
vez con una chica y a vos se te movió el cuerpo y por fin te sacaste
el aplaste del alcohol, cambiaste de posición para verla bien de
frente y ahí sin pensarlo más se lo dijiste.
Viste de reojo a Peter y Pablo que te
estaban mirando y que se estaban riendo nerviosos. Te daba vergüenza
que te estuvieran viendo pero vos solamente querías disfrutar. Fue
un beso muy largo, seguido por otro más largo aun, lleno de
caricias. Sus dedos de pulpito te tocaban la piel y te pasaban su
electricidad. Te gustó que su cara fuese lisa y sin los pinches de
una barba. Ella se escabullía entre los pliegues de tu ropa y te
dejabas llevar por el tacto. No supiste como llegó a tu pierna cerca
del pie, pero también ahí te estaba acariciando. Vos también
practicabas lo tuyo, y te empezaste a aflojar y a dejar que tus manos
avancen por su espalda, su cuello, por su pelo largo y sedoso.
Se quedaron quietas en un abrazo, con
la música y el barullo de fondo. Le contaste que durante un tiempo
viviste afuera, que en esa época compartiste una casa con una chica.
Hacía poco la habías encontrado en Facebook, ella había tenido un
hijo y ahora estaba viviendo en San Francisco y que a vos te
encantaría ir a visitarla. Se pusieron a hablar de viajes. Ella te
contó que por ahora no podía viajar porque estaba haciendo unos
trabajos para el equipo argentino de antropología forense, dibujando
cuerpos a partir de huesos humanos sin identidad, encontrados en
fosas comunes. Vos le preguntaste como podía lidiar con algo tan
fuerte, ella te contó que tuvo que tratar con familiares que habían
reconocido en sus dibujos a sus hijos. Vos te sentiste una bola
burguesa, con manchas de ketchup en la boca, comiendo en McDonalds
una porción extra large de papas fritas.
Se pusieron a bailar muy juntas, su
cuerpo pequeño te entraba entre los brazos y podías abarcarla de
lado a lado. Miraste alrededor y te diste cuenta que el lugar se
había llenado. Cerraste los ojos para inundarte de ese momento, el
presente te explotaba en la cara, le besaste el cuello y le
susurraste al oído muchas cosas, pero no supiste si te entendió. Se
separaron un instante y la miraste a los ojos, te diste cuenta que
seguirías así toda la noche, abrazándola fuerte, consolándote.
Seguiste en ese manoseo jugado, pero no dijiste nada más. Tu cuerpo
estaba que ardía, tu cabeza iba rápido imaginando. Estabas flotando
como la primera vez que fumaste, descubriendo efectos nuevos
desconocidos y viviendo el momento a momento. No había silencios
incómodos, ya hacía rato que habían dejado de hablar.
Te dijo que iba al baño, sus cosas
quedaron tiradas en el sillón, el sweater y la cartera con la huella
de los cuerpos que pasaron por encima. Vos te quedaste bailando con
una sonrisa en la boca, moviendo el pelo. Cuando volvió te tomó de
las manos y mirándote a los ojos te dijo: hasta acá llego.
Es lunes por la mañana y ves una
marcha desde la ventana y desde la lejanía de un piso 12, arrullada
por el zumbido de las computadoras y por el tecleo de dedos que
trabajan. Son varias cuadras con cientos de personas que caminan
desordenadas. Las banderas rojas y amarillas flamean y a pesar del
vidrio grueso escuchas los bombos que acompañan, las voces que
gritan. Te ves reflejada en el vidrio, con las manos en los
bolsillos, siguiendo de cerca tu militancia mas intima. El tránsito
está cortado y colectivos y camiones tienen que dar un giro en U por
Av. Madero y desviarse de su camino a Retiro. La calle es un caos, y
querés creer que esa historia de acción que ves afuera, cada
vez más se parece a la tuya.