sábado

Amor in, amor out

La noche del sábado se fue acercando con incertidumbre pero con ganas. Pensaste mucho que ropa ponerte, estabas entre una minifalda de jean o unos pantalones vintage con tachas. Fuiste por la minifalda y la combinaste con calzas y botas negras. Arriba mucho escote, para mostrar lo que tenías y que tantas puertas te había abierto. El pelo revuelto y rimmel oscuro marcando bien tus ojos negros. 
Tus amigos Peter y Pablo ya te habían dicho varias veces de ir con ellos a ese boliche por el centro. En largas charlas te pedían que te decidieras y dejaras de dar tantas vueltas, que tenías que explorar otros lugares. Pero vos te negabas, decías que no podías salir, que todavía estabas enganchada con ese ex novio que te seguía cagando, con el que habías cortado varias veces.
Llegaron los tres temprano y enseguida ellos vieron a sus amigos y te dejaron sola con tu traguito en la mano, que te tomabas rápido para no mostrar tus nervios. Mirabas el ambiente y te pareció que había más chicas que chicos. Te colgaste viendo las luces del boliche y bailando un tema ochentoso. Así es como te encontró y en seguida se te puso a bailar bien cerca. Tenía el pelo platinado cortado desprolijo y un piercing en la ceja izquierda. Los labios gruesos pintados de rojo. Pensaste treinta y cinco años. Vos te movías sin que te importase quien te estuviera mirando.

Viste que tenía manchas de pintura en los pantalones y después de un buen rato te animaste y entre risas le preguntaste de que eran. Ella se te acercó al oído y te dijo que era artista plástica y que tenía su taller por ahí cerca. Mientras bailaban se pusieron a hablar de pintura, enseguida le contaste que eras fanática de Kuitca y ella te dijo que había estudiado con él durante un verano. Charlaron de los museos en Nueva York que habían visitado y amado con fervor, llorando frente a algún Miró o Chagall. Hablaron de teatro y le contaste que actuabas. Te gustaba mucho Beckett y ahora estabas trabajando en un monologo sobre Molly Bloom de Joyce. Gracias al alcohol te animaste y le recitaste un párrafo mientras ella te miraba. Lo hiciste en inglés para impresionarla más. Le contaste de algunas obras en las que habías actuado, le pareció reconocerte en una y haberte visto, en la que hacías de una mujer de barrio norte.
Viste que se liberó un sillón y le dijiste de sentarse. Siguieron hablando mucho rato, a veces se acercaba de más cuando pasaba gente y se tenía que correr y entonces te conmovía verle la cara de tan cerca. Pasó más de una hora y vos ya querías pedirle que te diera un beso. Lo dabas vuelta en la cabeza y no te atrevías, el alcohol en lugar de levantarte te había aplastado y el tiempo parecía que corría más lento. 
La mirabas atenta, escuchándola fijo. Con un grupo de compañeros de su militancia pictórica iban los jueves a una villa por Florencio Varela y les enseñaban a los chicos a pintar. Le contaste que tu primer amor de adolescente fue un chico militante de izquierda que estudiaba sociología en la UBA, que te encantaba su barba rubia raída y su pelo enmarañado y que a veces lo acompañabas en marchas, pero que después la vida te llevó por otros caminos lejos de la militancia. 
Te preguntó si habías salido alguna vez con una chica y a vos se te movió el cuerpo y por fin te sacaste el aplaste del alcohol, cambiaste de posición para verla bien de frente y ahí sin pensarlo más se lo dijiste.
Viste de reojo a Peter y Pablo que te estaban mirando y que se estaban riendo nerviosos. Te daba vergüenza que te estuvieran viendo pero vos solamente querías disfrutar. Fue un beso muy largo, seguido por otro más largo aun, lleno de caricias. Sus dedos de pulpito te tocaban la piel y te pasaban su electricidad. Te gustó que su cara fuese lisa y sin los pinches de una barba. Ella se escabullía entre los pliegues de tu ropa y te dejabas llevar por el tacto. No supiste como llegó a tu pierna cerca del pie, pero también ahí te estaba acariciando. Vos también practicabas lo tuyo, y te empezaste a aflojar y a dejar que tus manos avancen por su espalda, su cuello, por su pelo largo y sedoso. 
Se quedaron quietas en un abrazo, con la música y el barullo de fondo. Le contaste que durante un tiempo viviste afuera, que en esa época compartiste una casa con una chica. Hacía poco la habías encontrado en Facebook, ella había tenido un hijo y ahora estaba viviendo en San Francisco y que a vos te encantaría ir a visitarla. Se pusieron a hablar de viajes. Ella te contó que por ahora no podía viajar porque estaba haciendo unos trabajos para el equipo argentino de antropología forense, dibujando cuerpos a partir de huesos humanos sin identidad, encontrados en fosas comunes. Vos le preguntaste como podía lidiar con algo tan fuerte, ella te contó que tuvo que tratar con familiares que habían reconocido en sus dibujos a sus hijos. Vos te sentiste una bola burguesa, con manchas de ketchup en la boca, comiendo en McDonalds una porción extra large de papas fritas.
Se pusieron a bailar muy juntas, su cuerpo pequeño te entraba entre los brazos y podías abarcarla de lado a lado. Miraste alrededor y te diste cuenta que el lugar se había llenado. Cerraste los ojos para inundarte de ese momento, el presente te explotaba en la cara, le besaste el cuello y le susurraste al oído muchas cosas, pero no supiste si te entendió. Se separaron un instante y la miraste a los ojos, te diste cuenta que seguirías así toda la noche, abrazándola fuerte, consolándote. Seguiste en ese manoseo jugado, pero no dijiste nada más. Tu cuerpo estaba que ardía, tu cabeza iba rápido imaginando. Estabas flotando como la primera vez que fumaste, descubriendo efectos nuevos desconocidos y viviendo el momento a momento. No había silencios incómodos, ya hacía rato que habían dejado de hablar.
Te dijo que iba al baño, sus cosas quedaron tiradas en el sillón, el sweater y la cartera con la huella de los cuerpos que pasaron por encima. Vos te quedaste bailando con una sonrisa en la boca, moviendo el pelo. Cuando volvió te tomó de las manos y mirándote a los ojos te dijo: hasta acá llego. 
Es lunes por la mañana y ves una marcha desde la ventana y desde la lejanía de un piso 12, arrullada por el zumbido de las computadoras y por el tecleo de dedos que trabajan. Son varias cuadras con cientos de personas que caminan desordenadas. Las banderas rojas y amarillas flamean y a pesar del vidrio grueso escuchas los bombos que acompañan, las voces que gritan. Te ves reflejada en el vidrio, con las manos en los bolsillos, siguiendo de cerca tu militancia mas intima. El tránsito está cortado y colectivos y camiones tienen que dar un giro en U por Av. Madero y desviarse de su camino a Retiro. La calle es un caos, y querés creer que esa historia de acción que ves afuera, cada vez más se parece a la tuya.