martes

Arbol enorme

Había una vez un árbol, que habitaba el jardín de una casa donde vivía una niña. Era un árbol enorme, tan grande que se veía en todo el barrio, cuando el barrio todavía era de techos bajos.
La niña, que se llamaba Ágata, se guiaba por el árbol cuando bajaba del tren y volvía a su casa que se iba agigantando con cada paso que daba.
Los días de lluvia el árbol recogía el agua en sus hojas enormes y brillantes y la dejaba caer en el  jardín en forma de cascadas. Sus raíces, fuertes y gruesas, la tomaban sedienta y así los charcos que se formaban desaparecían chupados por la tierra.
Ágata pasaba horas y horas junto al árbol. Su papá le había armado una hamaca, una escalera para treparlo y una red por si caía. Se atrevía a llegar más alto solo cuando su papá no la miraba y desde allí veía el tren, el andén y a la gente subiendo y bajando.
Ágata tenía el cabello largo y enrulado. A veces se le enredaba en las ramas y tenía que pedir auxilio para soltarse. Entonces su  papá venía con las tijeras de podar y le cortaba los largos mechones rubios. Sus cabellos estaban por todo el árbol, que había crecido a la par de ella. Sus primeros rulos de niña se podían ver en las ramas más altas y los días de sol brillaban y reflejaban la luna en las noches claras.
El árbol crecía tanto que empezó a tapar el sol y a no dejar que llegase la luz a las flores, entonces el papá manteniendo el equilibrio arriba de la escalera, podaba algunas ramas. Después de un tiempo las tijeras de podar ya no le sirvieron, entonces consiguió un serrucho que tuvo que atar a un palo para poder llegar más alto.
Un día a Ágata la despertaron unos ruidos extraños y un olor muy intenso a madera. Salió al jardín todavía vestida con su piyama y vio que el árbol yacía en pedazos, hecho rodajas como una naranja seca, con los anillos que mostraban sus años, al aire. Y como si fuese un juego de damas gigante Ágata se sentó en una de las piezas y vio como el aserrín que flotaba en el aire se le enredaba en el pelo y se iba volando.
La tierra que ocupaba el árbol quedó ahuecada. Con el tiempo las raíces se secaron y hundieron, como una cara con pocos dientes. Yo estuve sentada en ese hueco.

2 comentarios:

lexi dijo...

me encantó!

cristian dijo...

Ay que linda historia, un poco triste el final pero realmente me gustó! Me imaginé hamacándome bajo ese tremendo árbol!