Palermo. Tarde de verano. Veo el mueble que estaba buscando en un negocio. Toco el timbre para poder pasar. Sale a abrirme una chica con la mejor sonrisa y me cuenta las bondades de la madera, las variedades de colores en los que se lo puede mandar a hacer (todos los colores que ofrece la pinturería Alba), con puerta o sin puerta, con estante o con cajón. Después aparece un hombre, joven también, tal vez el marido o el hermano y me dice que se puede encargar a medida o que hasta puedo traer un diseño mío y ellos me hacen un presupuesto. Cuando pregunto el precio me dicen que por pago en efectivo hay un 20 % de descuento y que si me llevo ese mismo que ya está hecho y esperando en el local, hay un 25%. Siento que revolotean a mi alrededor, como aves que están midiendo una presa. Me dan la tarjeta, me dicen que los llame o les escriba un mail cualquier consulta que tengas no dudes en comunicarte.
Sigo caminando y veo en otro local otro mueble que también se parece a lo que estaba buscando. Adentro del negocio hay un muchacho en bermudas, zapatillas y con la barba crecida. Está sentado en una de las mesas a la venta con su laptop abierta. A un costado veo desde la calle fotocopias de apuntes. También toco el timbre y sale a abrirme. Le pregunto el precio y hablamos del calor y después de lo caro que están los muebles, el asiente y rascándose la barba dice que todo está caro. En el lugar hay olor a encerrado, parece que la puerta mucho no se debe abrir. Le pregunto si hay mas mueblerías en la cuadra y mientras me abre para salir me señala otra que está cruzando la calle, cerca de la esquina. Apenas salgo imagino que vuelve rápido a sus apuntes.
Me siento a tomar algo para pensar un poco si vale la pena gastar tanto en un mueble comprado por Palermo o si es mejor que me vaya a avenida Belgrano y opte por algo de pino. Después de esperar bastante, la moza que me atiende llega a mi mesa arrastrando los pies. Le pregunto si sirven té helado y me dice si querés te traigo un té y le pones cubitos. Tarda mucho en traer el jugo que finalmente pedí y más tarde cuando pido la cuenta se equivoca de mesa.
Salgo sin todavía saber que hacer con el mueble. Me pongo a caminar por Gurruchaga y veo en la vereda de enfrente un café nuevo que debe haber abierto hace poco. En la pared tienen un cartel que dice “biblioteca libre”. Me acerco para chusmear y apenas me asomo al lugar, un señor con bigotito fashon y acento español me invita a pasar. El lugar es nuevo parece que todavía no estrenaron nada. Una imagen enorme de una playa griega cubre una de las paredes. Silloncitos y almohadones y una música funcional envolvente tipo “lounge”, muy tranqui suena por todo el lugar. El español me habla de los libros que decidió poner en la biblioteca, que le recuerdan lo que leía en su infancia, lo que había en su casa. Me muestra cada sala y dice que espera que a los porteños les guste el lugar. Es cálido y muestra mucho entusiasmo. Me ofrece un café, un Nespresso, me explica las variedades y cuando le digo un “lungo” me dice invitación de la casa. Me lo trae en una tacita muy linda junto con unas masitas y me vuelve a sonreír y yo pienso si será un español de los que hablan las noticias, de los que se fueron de la recesión en España. Le agradezco el café e intento pagarle, pero se niega y me dice de ninguna manera, la próxima vez, cuando regrese.
Yo salgo contenta. Sigo sin saber que mueble comprarme.
1 comentario:
che, y si armamos taller literario ahí?? el hombre está haciendo méritos,
besos!!! ya estoy de vuelta de las cortas vacacionesssss
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